Un espacio para escribir

Me gustaría hablar como Aldo Schiappacasse, el hombre me ha hecho una nueva interesada en el fútbol con su estilo. Me gustaría verme como alguna de las Parson, ya saben, desde la cabeza hasta los pies. Me gustaría escribir como Sergio Paz, con su fantástica relación cantidad-calidad. Pero la verdad es que no tengo el don de la palabra del primero, el look de las segundas ni la llegada del tercero. Por eso, a pesar de mi larga resistencia, me entrego al mundo de los blog, el mundo virtual de los sin voz. Y aunque sé que vengo llegando tarde (no saben cuánto me costó encontrar un lugar que no estuviera ya ocupado), espero que sea de algún provecho.

Wednesday, November 21, 2007

No soy la nueva Da Vinci


NY es como una escuela de humildad. Siempre te muestra un poco lo que has logrado, pero también te pega una pasadita por todo lo que te puede quedar por delante. Para empezar la semana fui a disfrutar de mi propio barrio y su espectacular parque a la orilla del agua (no hay que decirle río porque en verdad no es agua dulce, sino de mar).
Un placer. Gente trotando, un grupo filmando una peli, serie o algún producto audiovisual... Todo el mundo cosmopolita que tanto me obnubila. Y cuando ya me ponía a meditar sobre la aldea global y como finalmente hay tantas cosas que se repiten en cualquier ciudad grande (sí, efectivamente,estaba comparando NY y Santiago) tuve que reparar en lo evidente: el paisaje de fondo, Manhattan. Porque claro, uno está en NY y es todo fabuloso, pero cuando uno ve Manhattan AL OTRO LADO, se da cuenta que está de ESTE lado. Y que para "hacerla" completa uno debería estar allá. Ya me imaginaba, con mi ropa linda de oficina y zapatillas, saliendo del metro con los zapatos elegantes en la cartera y todo eso. O mejor aún, andando en taxi. Y con vista al Central Park. Aunque claro, sin tiempo para tontear por el parque como lo estaba haciendo. Y me sentí inteligente. Inteligente por apreciar que estaba en un buen momento, por pensar en la aldea global y por cuanta otra tontera puede suceder.
Error número 1: siempre que uno se siente inteligente alguien te recuerda que no lo eres tanto.
Y seguí alimentando el monstruo. Fui de paseo a la milla de los museos, a lo largo de la cual se encuentran múltiples entidades culturales de diversa índole: el museo del Barrio, el Judío, el del diseño, el Metropolitan y el parchado Guggenheim. Y elaboré teorías respecto de las exposiciones, la forma de presentar sus contenidos, las políticas tarifarias... Me creía la muerte. La dueña de casa llena de cultura.
La cosa empezó a decaer hacia fines de la semana cuando fui al Museo de Historia Natural y me di cuenta que eso no es lo mío. Muchas veces me he atormentado por la diversidad de mis intereses (y la poca profundidad de los mismos) pero enfrentada a la realidad, me di cuenta de que los animales, su evolución, el estilo de vida de una pareja coreana a principios de nuestra era, los ritos de iniciación africanos y muchas otras cosas (entre ellas los esqueletos de los dinosaurios) quedaban absolutamente fuera de mi interés. Así, me di cuenta que era versátil, pero nunca tanto como yo había creído. Y le eché la culpa también al museo que no diferencia reproducciones de muestras reales y es oscuro y no-es-que-yo-sea-inculta-es-que-ustedes-no-saben-como-presentar-las-cosas.
¿El broche de oro? Una conversación con un financiero que me dejó clarísimo lo poco que manejo el tema… Hasta ahí no más llegué, la Da Vinci post moderna.

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