Un espacio para escribir

Me gustaría hablar como Aldo Schiappacasse, el hombre me ha hecho una nueva interesada en el fútbol con su estilo. Me gustaría verme como alguna de las Parson, ya saben, desde la cabeza hasta los pies. Me gustaría escribir como Sergio Paz, con su fantástica relación cantidad-calidad. Pero la verdad es que no tengo el don de la palabra del primero, el look de las segundas ni la llegada del tercero. Por eso, a pesar de mi larga resistencia, me entrego al mundo de los blog, el mundo virtual de los sin voz. Y aunque sé que vengo llegando tarde (no saben cuánto me costó encontrar un lugar que no estuviera ya ocupado), espero que sea de algún provecho.

Wednesday, November 21, 2007

Los últimos podemos ser los primeros

He visto y revisto hasta el cansancio de mi Dell el video de la decadencia escénica de Britney Spears contoneándose poco y nada en los premios MTV. Y aunque nunca me han gustado mucho este tipo de historias de sexo, drogas, rock&roll y final triste, esta declinación en vivo y en directo me parece fascinante.
Nos da la posibilidad de pensar que los que eran primeros pueden ser los últimos y los que somos últimos podemos ser primeros. Como Bush, que cuando estuvo frente a un montón de estudiantes, dijo: "A aquellos que reciben honores, premios, distinciones les digo, bien hecho. A los que sacan 1, les digo ustedes también pueden llegar a ser Presidente de los Estados Unidos". Entonces claro, uno entiende que el hombre es hijo de un ex presidente, pero si él pudo llegar a la primera magistratura… ¿Dónde podemos llegar nosotros?
Después de todo, los que parecen al principio favorecidos a veces quedan peor. Algo así pasó con los primeros compradores del IPhone. "That's technology", les dijo Steve Jobs, el hombre de Mac con el closet de Pedro Picapiedras cuando anunció que rebajarían el aparato en 200 dólares. Y ya vi a una de las afectadas. El otro día en una tienda de zapatillas había una mujer contando que había ido "el mismísimo primer día" a comprar la última chupada del mate. Y ahora estaba furiosa, porque sólo le reembolsarían 100 de los 200 dólares de diferencia. Les diré que no tenía cara de visionaria ahora.
Al menos los que se compraron el famoso teléfono –que ya vendió más de un millón de unidades en menos de tres meses- tuvieron el beneficio de usar la cosa esa (maravillosa, digámoslo) antes que otros. Pero yo todavía me acuerdo del recital de Paul McCartney en Chile, cuando sólo algunos compraron la entrada de cancha. Eran un grupo de elegidos, pero eran tan pocos que pasaron a ser un grupo de amargados cuando lanzaron una promoción que permitía comprar las entradas por algo así como el tercio de su valor con un par de tapas de cerveza. O sea, ibas al concierto y más encima te servías unas pilsen ¿no? Y todos nos encontrábamos juntos en la cancha a la misma hora, en el mismo lugar y para disfrutar del mismo concierto.
A eso se suma que me estaba leyendo una biografía de Cortázar en que destacan lo tarde que empezó a publicar. Entonces digo, yo, encerrada en un departamentito, acuartelada por la tormenta del aún verano de NY… ¿lograré algo en la vida? Quizás sí. Quizás no logre que alguien vaya a verme al cementerio como yo fui a ver la de Cortázar con cara de cordero degollado, ni que la gente deje regalitos arriba de mi tumba, pero al menos pensar que tengo una posibilidad de lograrlo me deja tranquila por hoy. Bueno, tranquila-nerviosa.

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