Ahora entiendo la tan típica costumbre gringa de la Garage Sale. Y aunque cuando llegué pensé que podía sacarle partido a la idea comprando parte de mis bienes en algunas de ellas, ahora creo que lo más conveniente para mí será hacer una propia. Porque aunque íbamos derechito por nuestro camino de extranjeros asépticos, sin amarrarnos a bienes materiales, casi monacales en nuestro estilo de vida newyorker, en alguna esquina dimos mal la vuelta y zás: ¡Al cuerno con vivir ligeros de equipaje!
No sé si es que ya cumplimos cinco meses en NY o que ya pasamos nuestra primera Navidad, pero perdimos nuestra casa “de paso” y a cambio tenemos un departamento con cachureos, despelotes y, sí, también lugares favoritos.
La cosa empezó probablemente con la cama. En un ataque matutino de decisión extraño en mí, decidí dejar atrás nuestra cama inflable en expansión (cada vez era más grande y se desinflaba más rápido) y comprar una rasca pero tradicional tipo box spring. Desde entonces fue una cadena incontenible de eventos cuyo punto cúlmine se concretó en la Navidad y la semana de vacaciones de Pineda que, para suerte de nuestro presupuesto, concluye en Año Nuevo.
Pineda ya acumula tres cámaras de foto y yo he logrado completar mi cómoda con ropa, aunque por supuesto sigo encontrando que me falta por crecer en ese rubro. Además, ha llegado el pequeño querubín del hogar: la tele.
El Viejito-Pascuero-Pineda fue de lo más estético y compró una de las TV modernas y planitas que sería de lo más minimalista y elegante si no fuera porque la casa no acompaña el look. De cada pared cuelgan gorros, adornos étnicos y un cuantohay que podríamos llamar estilo ecléctico.
Súmenle el pocillito para la salsa de soya cuando comemos sushi, la cucharita china para tomar sopa, las pinzas para los tallarines, el pyrex chico y el grande, la ramita de pino que se las dio de árbol de navidad –que será desechable pero las luces de colores vaya a saber uno donde las voy a guardar-, las decenas de cable de computador, cámaras y ipod, los parlantitos del mismo aparato… Claro está que hemos construido esto durante meses, pero la explosión de los últimos días desbordó nuestros tres o cuatro muebles y el consumo se hizo carne.
Reconozco que me gustaba más mi casa minimal, con sus colores controlados: todo en blanco, rojo y negro, salvo en la pieza donde se permitían los tierra. Pero parece que cuando uno vive de verdad ensucia, compra y después se lleva las cosas para la casa.
Y aunque cuando embalamos todo para embodegarlo en Chile juramos y rejuramos que nunca más juntaríamos tanto cachureo, está visto que en Santiago o NY, uno sigue siendo el mismo. Una vez cachurero, siempre cachurero. Como dice el comercial de Omo, para aprender, uno se tiene que ensuciar. ¿Y de qué sirve vivir en NY si uno no compra nada y no junta entradas de museos, postales, fotos y libritos? Señores: bienvenidos a la ciudad del consumo.
No sé si es que ya cumplimos cinco meses en NY o que ya pasamos nuestra primera Navidad, pero perdimos nuestra casa “de paso” y a cambio tenemos un departamento con cachureos, despelotes y, sí, también lugares favoritos.
La cosa empezó probablemente con la cama. En un ataque matutino de decisión extraño en mí, decidí dejar atrás nuestra cama inflable en expansión (cada vez era más grande y se desinflaba más rápido) y comprar una rasca pero tradicional tipo box spring. Desde entonces fue una cadena incontenible de eventos cuyo punto cúlmine se concretó en la Navidad y la semana de vacaciones de Pineda que, para suerte de nuestro presupuesto, concluye en Año Nuevo.
Pineda ya acumula tres cámaras de foto y yo he logrado completar mi cómoda con ropa, aunque por supuesto sigo encontrando que me falta por crecer en ese rubro. Además, ha llegado el pequeño querubín del hogar: la tele.
El Viejito-Pascuero-Pineda fue de lo más estético y compró una de las TV modernas y planitas que sería de lo más minimalista y elegante si no fuera porque la casa no acompaña el look. De cada pared cuelgan gorros, adornos étnicos y un cuantohay que podríamos llamar estilo ecléctico.
Súmenle el pocillito para la salsa de soya cuando comemos sushi, la cucharita china para tomar sopa, las pinzas para los tallarines, el pyrex chico y el grande, la ramita de pino que se las dio de árbol de navidad –que será desechable pero las luces de colores vaya a saber uno donde las voy a guardar-, las decenas de cable de computador, cámaras y ipod, los parlantitos del mismo aparato… Claro está que hemos construido esto durante meses, pero la explosión de los últimos días desbordó nuestros tres o cuatro muebles y el consumo se hizo carne.
Reconozco que me gustaba más mi casa minimal, con sus colores controlados: todo en blanco, rojo y negro, salvo en la pieza donde se permitían los tierra. Pero parece que cuando uno vive de verdad ensucia, compra y después se lleva las cosas para la casa.
Y aunque cuando embalamos todo para embodegarlo en Chile juramos y rejuramos que nunca más juntaríamos tanto cachureo, está visto que en Santiago o NY, uno sigue siendo el mismo. Una vez cachurero, siempre cachurero. Como dice el comercial de Omo, para aprender, uno se tiene que ensuciar. ¿Y de qué sirve vivir en NY si uno no compra nada y no junta entradas de museos, postales, fotos y libritos? Señores: bienvenidos a la ciudad del consumo.