
Ya no se puede confiar en nadie. Recién el jueves me llegó el libro solicitado para mi nuevo curso. Me tenía que leer tres capítulos para el sábado.
Por supuesto, mi lado Woody Allen me jugó una mala pasada y me desperté el viernes con dolor de cabeza (¿tendré un tumor?). Cuento corto, entre remedios y unas horas (separadas entre sí) de sueño adicional, me lancé a la lectura de los principios del marketing. A esas alturas ya me creía sabia y había decidido que se hacía lo que se podía y sólo leería lo que alcanzara. El relajo fue tal, que empecé a resumir mi lectura, error que enmendé tras la lenta reflexión y análisis de una decena de páginas en una excesiva dosis de tiempo.
A las finales, pasé a duras penas la página 40 y de las 100 y tanto que nos habían pedido.
El primer día de clases en cuestión me desperté a las 6:30, antes de que sonara el despertador. Eso sí que es de primer día de clases. Y bueno, un segundo signo de neurosis urbana en dos días.
Pineda que me conoce me acompañó, preparó desayuno y me recordó todo lo que tenía que llevar en el bolso (recordemos que soy la niña que dejaba la mochila en casa en épocas de colegio) y hasta me llevó caminando al metro.
Llegué justo justo, a las 8:55 a la sala de clases. Llenita estaba y la puerta cerrada. Habían advertido tanto por mail que el prof. consideraba RUDE entrar a clases atrasado o irse antes, que me estresé, pero era sólo que la puerta era de esas que se cerraban solas. No había prof aún.
Somos una treintena de alumnos. Nos presentamos uno a uno. Dos coreanos reconocieron que estaban ahí para aprender inglés, 5 turcos (sí, cinco, hasta el prof estaba impresionado del nicho de mercado que nadie había explorado) también se defendían con un inglés variable. Latinoamérica estaba representada sólo por una peruana y yo. Mientras los profesionales de la comunicación también éramos dos (un gringo free lance y mi persona). El prof también comentó que le llamaba la atención este nuevo público (y yo que lo hallaba tan evidente).
Bueno, en suma, profesionales o gente en cargos ejecutivos, muchos de los cuales buscan darle "un giro a su carrera" (lo decía el folleto del curso y ellos también... impactante, continúo con mi teoría de que los gringos hablan como de mentira).
Lo bueno: le entendía todo al profesor. Lo malo: no todos me entendían a mí. A las finales igual traté de participar en clases (de ahí mi conclusión de que pocos me entendían a mí) en un episodio un poco confuso aunque sin resultados desastrosos.
Después pidieron voluntarios para ser líder de grupo de trabajo. Y aunque lo pensé, fui atacada por mi personalidad calculadora e insegura. Pensé que quizás nadie querría ser de mi grupo (una especie de retrocesos a la selección de equipos de deportes) y vi que se puso de líder de grupo una experta en finanzas. Tate que nada mejor que una experta en finanzas con una comunicadora, pensé. Adiós a mi grupo propio y sea como sea debo estar con la financista. Dicho y hecho. Fui la primera inscrita para ser parte de su grupo. Después se sumó la peruana, otra gringa que trabaja en ventas y uno de los 5 turcos.
Ya llegó el primer mail para definir qué caso elegiremos para nuestra presentación final.
Bueno, y la clase, el tema que nos convoca, entretenido. Lo mínimo que se puede pedir a un experto en marketing. Faltó aire acondicionado eso sí, sobre todo porque de un día para otro nos llegó el verano, ese de 34ºC sin parar y gran humedad, ese que nos mantendrá en vela hasta septiembre...
En cualquier caso, aprendí, soy cada vez más experta en Apple y sus mil maravillas (no los productos, entiéndanme, sino su mktg), la experiencia de comprar un auto de lujo, y por sobre todo, aprendí una frase que seguro me las arreglaré para usar millones de veces: "Hay tres formas de bajar de este quinto piso: la escalera, el ascensor, o saltando por la ventana. Puedes tomar la última alternativa, incluso hay algunos que sobrevivirían, pero no es el camino recomendado". Ya van a ver como la ocuparé.